25 sept 2012

BEATUS ILLE, de Horacio

Horacio es, con Virgilio, el fundamento de toda la poesía occidental. John Dryden, que lo tradujo, lo llamó “esclavo de corte bien educado”. Es cierto que elogió a Octavio Augusto, aunque hay que reconocer que éste hizo bastante para merecerlo. Horacio luchó contra él en Filipos, junto a Bruto, por lo que le expropiaron sus tierras. En todo caso, Dryden, que desfiló con Milton ante el cadáver de Cromwell y escribió después un panegírico al rey en su coronación, no tiene mucho crédito en esta materia. También sabemos por el mismo Horacio (relicta non bene parmula) que abandonó su escudo en la retirada de Filipos, pero parece sospechoso que dos de sus poetas favoritos, Alceo y Arquíloco, hubieran hecho lo mismo en su día. Incluso se dice que lo hizo Anacreonte. ¿No sería una fórmula para confesar la derrota?

   Beatus ille es el segundo de los Épodos de Horacio y da lugar al tópico de la vida retirada, cuya más alta expresión poética en castellano logró fray Luis de León. El poema está compuesto por versos alternados de seis y cuatro yambos (el yambo es un pie de dos sílabas, una breve y otra larga). Lo he traducido alternando endecasílabos y heptasílabos.

    El épodo era una forma poética griega de carácter acusatorio, incluso soez, que había practicado con mordacidad Arquíloco. Horacio la suaviza, pero no la deforma. Después de sesenta y seis versos de menosprecio de corte y alabanza de aldea, en los cuatro versos finales justifica el épodo.

   Cuando Horacio escribió el Beatus ille ya había recibido de Mecenas como regalo su finca de la Sabina, que tan feliz le hizo. 


“Feliz aquel que, ajeno a los negocios,
como los primitivos,
labra tierra paterna con sus bueyes
libre de toda usura;
que no oye el agrio son de la corneta,
ni teme el mar airado,
y evita el Foro y las soberbias puertas
de los más poderosos;
y los largos sarmientos de las vides
une a los altos álamos,
o contempla de lejos su vacada
en un valle apartado;
y, las ramas inútiles podando,
injerta otras más fértiles,
o guarda espesa miel en limpias ánforas,
o esquila sus ovejas.
O, cuando Otoño adorna su cabeza
de fruta sazonada,
cómo goza coger peras de injerto
y las uvas de púrpura,
que a ti, Príapo, da y a ti, Silvano,
que cuidas de las lindes.
Grato es yacer bajo una vieja encina
o sobre espeso prado.
Mientras, fluye el arroyo por su cauce, 
trina el ave en el bosque
y hay un rumor de fuentes manantiales
que invita a sueños leves.
Pero, en invierno, cuando Jove envía 
lluvias y nieves juntas,
acosa al jabalí con su jauría
a las abiertas trampas,
o extiende redes ralas con un palo,
engaños para tordos,
y la liebre y la grulla coge a lazo,
presas muy agradables.
Ante estos goces, ¿quién no olvidaría
las penas que Amor trae?   
Mas si una mujer fiel cuida en su parte
de la casa y los hijos, 
como una de Sabina o bien de Apulia
por soles abrasada,
apila en el lar sacro leña seca
para su hombre cansado,
y, llevando al redil la grey alegre,
ordeña las ovejas,
y saca del barril vino del año
e improvisa una cena,
no me placieran más ostras lucrinas,
o escaro o rodaballo,
si el invierno en las olas orientales
en este mar los vierte.
Ni ave africana, ni faisán de Jonia
descienden en mi vientre
con más gusto que olivas escogidas
en las ramas del árbol,
o la acedera, amante de los prados,
y las salubres malvas,
o un cabrito salvado de los lobos,
o un cordero en las fiestas.
En la mesa, qué bien ver las ovejas
recogerse de prisa,
ver los bueyes exhaustos arrastrando 
la reja, el cuello flojo,
ver esclavos nacidos en la casa
en torno de los lares.”

Esto enunciado, el usurero Alfio,
campesino futuro,
cobró en los Idus todo su dinero
y lo presta en Calendas.