John Donne. "Sonetos sacros"


I

Me has hecho Tú, ¿y ha de pudrirse tu obra?
Repárame, pues ya mi fin se acerca;
quiero huir de la muerte, mas me encuentra,
y todos mis placeres son pasado.

No me atrevo a mover mis turbios ojos;
desesperanza atrás, muerte delante
terror producen, y mi débil carne,
gastada de pecar, va hacia el infierno.

Sólo Tú estás arriba y cuando miro,
con tu venia, hacia ti, me alzo de nuevo;
mas mi viejo enemigo tal me tienta
que no puedo aguantarme ni una hora.

Pueda yo por tu gracia impedir su arte,
y atrae, imán, mi corazón de hierro.



II

A ti me entrego, oh Dios, por muchas deudas.
Por ti fui hecho, y para ti, primero,
y cuando decaí, compró tu sangre
lo que antes de caer era ya tuyo.

Tu hijo soy, que haces brillar contigo;
tu siervo, cuyas penas has pagado,
imagen tuya y, aunque profanado,
un templo de tu Espíritu divino.

¿Por qué el demonio entonces me conquista?
¿Por qué roba y aun viola tu derecho?
Salvo que te alces por tu obra y luches,
perderé la esperanza cuando vea

que tú, que amas al hombre, no me eliges,
y Satán, que me odia, no me excluye.
 


III

Puedan llanto y suspiros ir de nuevo
a mis ojos y pecho, que he agotado;
pueda yo en este sacro descontento
llorar con fruto y no llorar en vano.

¡Qué aguaceros vertí en mi idolatría!
¡Cuánto rasgó mi corazón la angustia!
Sufrir fue mi pecado. Me arrepiento:
Porque sufrí, debo sufrir la pena.

El salteador nocturno y el borracho,
el lascivo rijoso, el vanidoso
recuerdan alegrías para alivio
de males venideros. En mí, pobre,

el dolor vehemente siempre ha sido
causa y efecto, crimen y castigo.
 


IV

Mi alma negra, te llama la dolencia,
que es campeón y heraldo de la muerte;
eres un peregrino que no osa
regresar adonde hizo felonía;

o un ladrón que, aun leída su condena
a muerte, se desea liberado,
pero, arrastrado hacia el cadalso, anhela
poder estar aún encarcelado.

Si te arrepientes, puedes hallar gracia;
mas ¿quién te la dará para que empieces?
Hazte tú misma negra en santo luto,
y roja de rubor, pues has pecado;

y lávate en la sangre del Ungido,
que puede blanquear las almas rojas.
 


V

Soy un pequeño mundo hecho con maña
de un alma de ángel y los elementos,
pero el negro pecado ha hecho la noche
en ambas partes, y han de morir ambas.

Tú, que has hallado más allá del cielo
más alto esferas nuevas, tierras nuevas,
vierte en mis ojos mares nuevos que hagan
que pueda ahogar mi mundo con mi llanto,

o lavarlo, si no ha de ser ahogado.
Pero ha de ser quemado; antes un fuego
de lujuria y envidia lo ha abrasado
y hecho más sucio; apáguense sus llamas,

y quémame, Señor, con celo ardiente
de ti y tu casa, que comiendo cura.
 


VI

Esta es la última escena de mi obra;
aquí es la última milla de mi viaje,
y mi carrera da su último paso,
mi pulgada final y el postrer punto;

separará la muerte en un instante
mi cuerpo y mi alma, y dormiré algún tiempo;
mas mi parte despierta verá el rostro
cuyo temor sacude ya mis huesos.

Entonces, cuando mi alma vuele al cielo,
y el cuerpo terrenal vuelva a la tierra,
mis pecados, que tienen su derecho,
al infierno caerán que los criara.

Declárame así justo, de mal limpio,
pues dejo así demonio, mundo y carne.
 


VII

En todos los rincones de la tierra,
soplad las trompas, ángeles, y alzaos
desde la muerte, muchedumbres de almas,
e id a vuestros cuerpos esparcidos;

todos los que ahogó el agua, quemó el fuego,
mató la guerra, el hambre, el despotismo,
la edad, la ley, vosotros cuyos ojos
verán a Dios y no moriréis nunca.

Mas que duerman, Señor, y dame un tiempo;
pues si abundan arriba mis pecados,
es tarde ya para pedir tu gracia
cuando estemos allí; aquí, en la tierra,

haz que yo me arrepienta; eso es tan bueno
como un perdón sellado con tu sangre.

 

VIII

Si son las almas fieles ensalzadas
igual que ángeles, puede ver mi padre,
e incluso añadir esto a su ventura,
que avanzo con valor hacia ell infierno.

Pero si nuestras mentes estas almas
las ven por circunstancias y por signos
que no son aparentes de inmediato,
¿cómo pueden probar mi verdad pura?

Ven lamentarse a idólatras amantes,
ven a magos blasfemos que conjuran
en nombre de Jesús, y a farisaicos
hipócritas rezar devotamente.

Vuelve a Dios, alma, entonces, que él conoce
tu dolor, pues lo puso él en mi pecho.
 

 
IX

Si minerales tóxicos, si ese árbol
cuyo fruto nos trajo muerte y gracia,
si las cabras lascivas, las serpientes
no pueden condenarse, ¿por qué el hombre?

¿Qué intención o razón, en mí nacida,
haría más atroz igual pecado?
Y, la misericordia siendo fácil
y grata a Dios, ¿por qué amenaza en Su ira?

Pero ¿quién soy, que osa reñir contigo?
¡Oh Dios! haz de tu sangre y de mi llanto
un Leteo celeste en el que ahogues
la memoria infeliz de mis pecados.

Que los recuerdes, llaman deuda algunos;
yo creeré piedad que los olvides.
 


X

Muerte, no te envanezcas, aunque algunos
te llamen poderosa, pues no lo eres;
los que creíste derribar no mueren,
pobre muerte, ni tú puedes matarme.

El reposo y el sueño, tus imágenes,
dan placer, luego más debes tú darlo;
y los mejores pronto van contigo,
descanso de sus huesos, dación de alma.

Sierva de reyes y desesperados,
vives de guerras, males y venenos;
hechizo y droga pueden bien dormirnos,
y mejor que tu golpe, ¿por qué te inflas?

Pasado un corto sueño, despertamos,
y no habrá muerte ya. Te mueres, muerte.
 


XI

Judíos, escupidme, heridme el pecho,
azotadme, mofaos, crucificadme,
que he pecado, y pecado, y Él tan solo,
libre de toda iniquidad, ha muerto.

Mi muerte no compensa mis pecados,
que exceden la impiedad de los judíos.
Ellos mataron una vez a un hombre,
yo crucifico a diario a Cristo vivo.

De rey es perdonar, pero, admirable,
Él soportó además nuestro castigo;
pues si Jacob vistió piel vil y ruda,
fue para suplantar, y haber ganancia;

Dios se vistió de carne vil de hombre,
para, débil, poder sufrir dolores.
 


XII
 
¿Por qué nos sirven todas las criaturas?
¿Por qué los elementos proporcionan
vida y comida, siendo ellos más puros,
más sencillos y menos putrescibles?

¿Por qué soportas sujeción, caballo?
¿Por qué tan tontamente, cerdo y toro,
fingís debilidad y os mata un hombre,
cuya especie podéis tragar entera?

Soy peor que vosotros, y más débil;
no habéis pecado, y no sois temerosos.
Por eso es más asombro que a nosotros
someta la Creación todas las cosas.

Mas su Creador, al cual no obliga nada,
ha muerto por nosotros, Sus criaturas.

 

XIII

¿Y si fuera la última esta noche?
Marca en mi corazón, en el que habitas,
el crucifijo, alma, y dime ahora
si su semblante puede darte miedo.

Lágrimas en sus ojos la luz nublan;
sangre mana su frente torturada;
¿y al infierno te va a enviar la lengua
que ha pedido perdón por sus verdugos?

No, mas lo mismo que en mi idolatría
a mis amantes dije la belleza
de la piedad, la fealdad es siempre
un signo de rigor; así te digo:

los demonios adoptan forma horrible;
ésta, bella, tendrá mente piadosa.
 
 
 
XIV
 
Oh, Dios, golpea el corazón, que hasta ahora
sólo llamas, alientas y corriges;
me has de abatir para que pueda alzarme,
me has de romper, quemar y hacer de nuevo.

Yo, cual villa usurpada, a otro debida,
trato de hacerte entrar, pero es en vano.
La razón, tu virrey, me ampararía,
pero está presa, y es infiel o débil.

Te amo mucho y querría que me amaras,
pero me he prometido a tu enemigo;
divórciame, desata o corta el nudo;
aprisióname, tómame, pues nunca

seré libre si tú no me cautivas,
ni, salvo que me raptes, jamás casto.
 


XV

¿Quieres amar a Dios como Él te ama?
Medita entonces, alma mía, esto:
cómo Dios, por los ángeles servido,
hace tu pecho templo del Espíritu.

Habiendo el Padre generado un Hijo,
y engendrándolo aún eternamente,
se ha dignado elegirte y adoptarte
para heredar su gloria y el descanso.

Como un hombre robado al ver en venta
lo suyo, ha de perderlo o recomprarlo,
el Sol de gloria descendió y fue muerto
para librarnos, por Satán robados.

Que el hombre fuera a imagen de Dios hecho,
fue menos que hacerse Él a imagen de hombre.
 


XVI
 
Padre Eterno, Tu Hijo me da parte
de Su doble interés hacia Tu reino;
en la intrincada Trinidad se queda,
y me da la conquista de Su muerte.

Este Cordero, cuya muerte vida
trajo a este mundo, desde su principio
dejó dos Testamentos, y a tus hijos
legación hace de Su reino y Tuyo.

Mas tales son las leyes que los hombres
discuten si podría alguien cumplirlas.
Nadie aún, mas tu Espíritu y tu gracia
reviven lo que ley y letra matan.

Tu compendio de ley y Tu mandato
son casi amor. ¡Mantén el Testamento!



XVII

Desde que la que amé pagó su deuda
a la ley natural, y el bien mío ha muerto,
y su alma voló al cielo arrebatada,
mi mente sólo está en cosas del cielo.

El admirarla estimuló mi mente
para buscarte, oh Dios, como venero;
pero, aunque te encontré y mi sed calmaste,
aún padezco una santa hidropesía.

¿Por qué mendigo más amor, si mi alma
cortejas, a la suya dando todo,
y Tú no sólo temes que conceda
mi amor a santos y ángeles, los tuyos,

sino que dudas en tus tiernos celos
que mundo, diablo y carne te echen fuera?
 


XVIII
 
Muéstrame, Cristo, a tu brillante esposa.
¿Cómo? ¿Es aquella que, en la orilla opuesta,
se adorna rica? ¿O es la que, robada,
se duele y llora aquí y en Alemania?

¿Se duerme mil y asoma luego un año?
¿Es la verdad y yerra? ¿Nueva y vieja?
¿Hizo su aparición y la hará siempre
sobre siete colinas o ninguna?

¿Vive aquí o, como andantes caballeros,
tenemos que buscarla y luego amarla?
Da, marido, tu esposa a nuestra vista,
deja que mi alma ronde a tu paloma,

que es más leal y grata a ti si, amante,
la abraza el mayor número de hombres.


XIX

Para vejarme los contrarios se unen.
La inconstancia engendró contra natura
un hábito constante: sin quererlo
cambio de devoción y de promesas.

Mi contrición resulta tan voluble
como mi amor, e igual puesta en olvido.
Al azar, destemplada, ardiente o fría,
orante o muda, nada o infinita.

Ayer no me atreví a mirar al cielo;
hoy rondo a Dios con charlas lisonjeras;
mañana tendré miedo de su vara.

Mis accesos devotos van y vienen
como fiebre ilusoria; son mejores
los días en que el miedo me sacude.